La salud psicológica de los pequeños comienza mucho antes de la concepción. Es más, se origina mucho antes de pensar en tenerlos. Todo ello tiene que ver con el vínculo establecido con nuestros padres, es decir, con el estilo de apego.

Sanar antes de tener hijos es imprescindible en la búsqueda de su pleno bienestar. En este sentido, la mejor enseñanza que podemos proporcionarles es la de cuidarnos, protegernos del daño y ser respetuosos con nuestro templo y con el de los demás, pero esto no es algo tan sencillo como parece a simple vista.

Gran parte de las personas deseamos lo mejor para nuestros hijos, pero desearlo no es suficiente. Hace falta mimbre para construir un cesto y, muchas veces, no somos conscientes de la falta de mimbre o, lo que es lo mismo, no somos conscientes de cuál es nuestro estilo de apego y de cómo vamos a transmitírselo a nuestros pequeños.

Resulta devastador observar personas rotas desde la infancia como consecuencia del estilo de apego de sus padres o de otras problemáticas de salud. Teniendo esto en cuenta, podemos afirmar rotundamente que la salud psicológica de las personas comienza desde mucho antes de la concepción. Ante esto, no podemos cerrar los ojos. Veamos algo más sobre ello a continuación.

Los cambios psíquicos que se producen durante el embarazo

A nivel psíquico, durante el embarazo, se comienza a hacer espacio al bebé. En el análisis de este proceso, Dinora Pines, una médico británica, estableció tres etapas diferenciadas en el embarazo:

Mujer embarazada

La representación mental del bebé en la madre, clave para el desarrollo psicológico

Tal y como señalaron los investigadores Zeanah y Benoit, lo que pase en esta última etapa será crucial. En su estudio se observó que cuando el parto era traumático o no se cumplían las expectativas de la madre, lo que ocurría era que la representación mental de la madre se rompía y se tenía que producir un complejo reajuste psicológico.

Por otro lado, cuando las representaciones mentales eran equilibradas, es decir, no eran tan idealizadas o todo iba según lo imaginado, los bebés se desarrollaban de una manera más segura en el primer año de vida. Si la madre es más consciente del desarrollo de su bebé, es más probable que esta tenga más sintonía desde el primer momento.

Por ello, dado que el embarazo es un momento crucial para revisar nuestra historia vincular, la preconcepción será un momento ideal para que los padres revisen su historia y resuelvan lo que corresponda, decidiendo si quieren perpetuar los roles experimentados o no.

Los estilos de apego, clave para sanar

El sistema de apego es el mecanismo responsable de captar y controlar la seguridad y accesibilidad que nos ofrecen nuestras figuras de apego. Este proceso se produce en origen en la infancia, por lo que estas figuras de apego serán nuestros padres o cuidadores principales.

En base a cómo fue nuestra relación con ellos, se confirma nuestra manera de relacionarnos y de amar. Es decir, amaremos de una u otra manera en función de cómo nos amaron. Esto conformará del todo nuestra historia relacional y, por ende, la de nuestros hijos.

Digamos que hay 4 estilos de apego: el apego seguro, el apego ansioso, el apego evitativo y el apego desorganizado. Tenemos un tipo de apego seguro y tres estilos inseguros.

Madre hablando con su hija pequeña

Si una persona posee un estilo de apego inseguro y no lo trabaja terapéuticamente, se lo transmitirá a sus hijos en su manera de ofrecerles protección y autonomía. Es decir, es a partir de la combinación de estos dos pedales que favorecemos el desarrollo de un apego seguro o inseguro en nuestros hijos.

Así, si bien la mayor parte de los padres quiere estimular un apego seguro en sus hijos, solo aproximadamente un 50-60 % de la población lo posee. Mientras que el evitativo lo posee un 20 % de la población, el ansioso un 15 % y el desorganizado un 5-10 %. Veamos una breve descripción de cada uno de ellos:

Es importante que identifiquemos adecuadamente nuestro estilo de apego y trabajemos aquello que sea necesario. Esta será la única manera de no reproducir patrones poco adaptativos en nuestras relaciones de pareja, de amistad o familiares, así como de no transmitir a nuestros hijos una herencia emocional que marque su vida de una manera disfuncional para siempre.