Todo en la última entrega del Batman de Christopher Nolan era gigantesco, monumental y excesivo. Él y su equipo eran plenamente conscientes del punto al que habían llevado a la trilogía y no escatimaron en épica, acción, dramas humanos y tesis psicológicas sobre el héroe, su papel en la sociedad, sus causas y consecuencias, sus impulsos y obligaciones. Cerca de tres horas sin descanso alguno que dejaban al espectador exhausto, anclado en su butaca ante una película que llevaba el término de ‘cine espectáculo’ a su máxima expresión, depurando a base de potencia la esencia del entretenimiento sin dejar de lado el dramatismo implícito que abrazó la saga de modo ejemplar.

¿Guion? No hace falta. Eso pensó el bueno de Tom Hardy tras recibir la llamada de Christopher Nolan para contar con su presencia como el villano principal de ‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’, ya que aceptó sumarse al proyecto sin leer el libreto del mismo. Eso sí, le prometieron que podría acceder a un entrenamiento exclusivo y contar con la ayuda de un equipo de acrobacias especial para preparar su personaje, algo que terminó siendo también clave para que diera el OK.
Sin embargo, la perfección anhelada no existía en una película que contaba con el guion más irregular de la trilogía. Un libreto tremendamente desequilibrado que era suplido por el factor de la espectacularidad, elemento donde supera a sus dos antecesoras. La mano de Nolan para facturar escenas de acción insuperables sigue ahí, pero patina en lo que respecta a sus personajes, demasiados, ignorando más de la cuenta a alguno y dotando de protagonismo desmedido a otros.
¿Alcanzaba ‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’ el nivel de ‘Batman Begins’? No, pero se queda cerca. ¿Y la de ‘El Caballero Oscuro’? En absoluto, aquello era una obra maestra. ¿Se echaba en falta al Joker? Evidentemente. ¿Era decepcionante? Ligeramente. Un cierre de trilogía que es gran cine, grandísimo en algunos momentos, menos profundo de lo que parece y tan majestuoso como pretende.